La descarbonización cae en un bache: ¿hacia dónde vamos? | Opinión | EL PAÍS
En septiembre, España se comprometió ante la Comisión Europea a actualizar su plan climático para esta década, lo que ha reforzado los objetivos iniciales y ahora se plantea reducir la emisión de gases de efecto invernadero en un 32% para 2030 en comparación con los niveles de 1990. Aunque se han logrado ciertos progresos, a solo cinco años de cumplir con esta meta, la reducción de emisiones, esencial en la batalla contra el cambio climático generado por el uso de combustibles fósiles, avanza a un ritmo insatisfactorio.
Este año, las emisiones se cerrarán con un aumento de en torno a un 1%, según dos informes recientes. Esta subida contrasta con el descenso del 7,6% que se registró en 2023 con respecto al ejercicio anterior, según los últimos datos oficiales. En conjunto, con el crecimiento en el año que está a punto de acabar, las emisiones se situarían un 3,2% por debajo de los niveles de 1990. La distancia con la meta prevista es suficientemente expresiva de lo que falta por recorrer y de la necesidad de acelerar lo más posible la descarbonización de la economía española.
Con todas las dificultades sociales y económicas de adaptación que implicará —y el freno que la propia Comisión está poniendo a sus compromisos por presiones de los partidos conservadores—, la transición ecológica no debe tener marcha atrás. Su importancia resulta, literalmente, vital. El calentamiento global supone un desafío mayúsculo para la seguridad y la economía de la UE —de todo el mundo— en el que mentiras y medias verdades como las que hemos sufrido en la tragedia de Valencia no pueden frenar lo que el mejor conocimiento científico tiene más que demostrado: mientras el consumo de productos petrolíferos no registre un sustancial descenso, la lucha climática no conseguirá revertir el calentamiento del planeta.